Un miserable. Eso es lo que quiero ser en la vida: un miserable. Lo primero que me viene a la cabeza es Víctor Hugo… aunque no me refiero a eso, precisamente. Me gustaría explicarme. La RAE, contra la cual he despotricado ya más de una vez (pero que servirá de cómplice para mi justificación) define el término miserable como:
(Del lat. miserabĭlis).
1. adj. Desdichado, infeliz.
2. adj. Abatido, sin valor ni fuerza.
3. adj. Mezquino (que escatima en el gasto).
4. adj. Perverso, abyecto, canalla.
Perverso. El que corrompe las costumbres o el orden y estado habitual de las cosas. Ese es el significado de "miserable" al que me quiero remontar. "Que corrompe las costumbres o el orden y estado habitual de las cosas"... el estado habitual de las cosas, que no el IDEAL de estas. Rara vez coinciden estos dos términos: creo que solo cuando se alinean los planetas y las ratas se posan a dos patas. Y eso que esta vez me refiero solo a las ratas como animal.
Normal. El "estado normal". ¿Que es normal ahora? Veamos... Bueno el ser un normaloide (de la especie “Normalodeum Normaloideus” o comúnmente conocido como “Consumidor varón norteamericano estándar”) es algo normal. Vale. El tener más que el ser, el saber. Vale. El abecedé del siglo XXI: Acabar,…, Consumir, Derrochar, Extinguir... me falta la "b".... ¡ya sé! "Bomitar" (si... ya que la incultura también está al orden del día, metámosla también en el zurrón). Vale, vale, vale, vale y vale. Pues será cuestión de ciscarse en todo eso ¿no?
¡Oh! No me las doy de protomártir, querido censora o censor, lector o lectora. No soy el primero ni el único que se da cuenta de estas cosas. Es más, ni siquiera soy un simple mártir. No estoy libre de pecado, pero le he cogido gusto a tirar piedras. Empiezas viendo como te salpica la gravilla de otros y acabas dedicándote a ello.
El problema esta siempre ahí. Y el poder del problema reside en parecer que no existe, en ocultarse en un manto de “normalidad”. O bien es dar el pego de que sólo es producto de historias, de relatos (de Hollywood, para aquellos que no hayan cogido un libro en su puñetera “porca vita”). Incluso yo, con estas palabras, al decir “problema” lo oculto en una nube de abstracción.
El mundo está podrido, señoritas y señores, lo ha estado siempre: desde que el primer primate del que descendemos (¡Y si! ¡A pesar de lo que diga el estado de Kansas, descendemos de los simios!) cogió un palo y lo utilizó como herramienta, y más tarde como instrumento de poder, de ataque, de subordinación jerárquica. Si hubiese conocido a Marx me hubiera gustado explicarle mi teoría (más bien la teoría Kubrick/Clarke) de que la lucha de clases empezó mucho antes de la aparición de la propiedad privada. Tal vez le hubiese gustado, y nos hubiésemos tomado un par de pintas juntos, con el amigo Engels. Pero eso es otra historia. En otra ocasión tal vez.
Y ahora, es absurdo simplemente “romper” con el mundo. No se puede. Bueno, tal vez si se puede, pero no estoy dispuesto a ello. Ya he dicho que no soy un mártir. Es más, aún no he tenido el placer de conocer a ninguno. Vivir totalmente al margen es “quasi imposível”, no pueden hacerlo ya ni las tribus más olvidadas de la región más remota del África misteriosa. Si te fijas bien puedes ver en Google Earth hasta el lunar en la nalga izquierda del chamán de la tribu de los Tutsi.
No es mi intención abrir un debate ahora sobre la viabilidad de los sistemas alternativos (peores o mejores) al capitalismo. Principalmente porque estoy de exámenes, y por que vosotros, mis bienamados lectores con prisa, no queréis replicarme, como si siempre tuviese la razón (¡juas!). Pero, como decía, dejando aparte la idea de los sistemas, lo que nadie me puede negar (¡hacedlo por favor!) es que el capitalismo está demasiado arraigado como para sustituirlo. Es como intentar arrancar una enredadera de un clavel: al arrancarla te llevas la enredadera, el clavel y medio macetero. Si, si. La revolución sangrienta. Todo cambio de infraestructura, con su posterior cambio de superestructura, requiere víctimas, vencedores y vencidos. Vale. Pero sigo creyendo que el precio es demasiado alto.
Así pues, después de irme tanto del tema vuelvo al meollo de la cuestión. Quiero ser un miserable. Pero... ¿sin romper con el mundo? Si, si, sin romper con el mundo. ¿Serás, como siempre, un cabrón criticador? Si, si, por supuesto. ¿Seguirás viviendo bajo una casa, yendo por la calle, interactuando con las demás buenas gentes/cretinos/etc..., etc...? Si, si, lo seguiré haciendo. Pero a mi manera.
Un miserable. Eso es lo que quiero ser en la vida: un miserable.
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