El Precio de la Ignorancia

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"Próxima parada..." - anunció aquella automática y metálica voz, ese intento de dulce susurro femenino... una máquina siempre hablará como una máquina. El vagón: atestado, viciado, abarrotado de otros jóvenes próximos a mi edad… al parecer todos escogen la misma hora. Periodicuchos de tres al cuarto, novelas de usar y tirar, envoltorios plásticos, comestibles rancios… todos cubren el suelo del mismo tapiz consumista. Sonidos repetitivos e incongruentes se mezclan entre la algazara del gentío y traqueteo del vehículo. Un brusco frenazo… y la puerta del vagón en el que me encontraba se abrió torpemente para dar paso a un flujo continuo de gentes… y entonces, lo vi a el. He de reconocer que destacaba especialmente por su aspecto, no sólo por sus oscuros, gastados ropajes y extraña complexión: portaba un gran bastón de empuñadura dorada, una larga gabardina que guarecía su fornida constitución y una grande y negra chistera que adornaba su cabeza, situada a una altura inconcebible en un hombre de edad incalculable, aunque imaginable… claros cabellos plateados asomaban tímidamente por los rebordes de su sombrero…

Pero, sin duda, era su mirada lo que más me llamaba la atención: unos ojos grises como el mármol, imperiosos, inquisitivos… ¿Podrías concebir, camarada, el adjetivo “ojos afilados”? Bueno, pues sus ojos eran tan afilados que cortarían una brizna de hierba en el aire… No recuerdo cuanto tiempo pasó después… ¿Unos segundos? ¿Unos minutos? ¿Tal vez más?...No lo sé… Pero sí recuerdo que mi vida cambió después de aquel incalculable lapso temporal…

Aquel hombre, con una agilidad y velocidad inauditas, sacó velozmente un ennegrecido revólver, un viejo Mágnum .44… con igual ligereza, se ubicó delante de uno de los pasajeros, uno de estos muchos niñatos de diecimuchos que alardean de machitos y macarras para rasurarse las piernas en el lavabo y depender de “mamita” y “papaito” para incluso las labores más triviales… uno de estos criajos que todo aquello que huele a cultura, a esfuerzo, a trabajo dispara en ellos ese “¡vade retro!” que simbolizan con su “rebeldía” conformista, su “antisistemismo” fingido y su desprecio a todo aquello a lo que no llegan, a lo que no pueden aspirar… uno de estos imbéciles cuya única meta es el próximo enajenamiento artificial y que no suponen más que una carga social, un lastre y que no son más que escoria, cabeza de ganado, carne de cañón, fruto de la generación del alimento congelado y las sensaciones prefabricadas... ya sabes a lo que me refiero, camarada. Habiéndose situado el hombre armado justo enfrente del individuo, le apuntó directamente con su revólver en el entrecejo, apretando con tal fuerza que la faz de aquel bastardo se cubrió con un pequeño hilillo sanguinolento...

- ¡¡¡ La civilización no suprime la barbarie…!!! - exclamó, ante la mirada horrorizada de todos los pasajeros, con una cálida y autoritaria voz, propia de un carismático orador, no habiendo hasta el momento producido ni el más leve suspiro…

El apuntado, sorprendido, temblando como una reseca hoja al viento, balbuceaba como un inestable mental, sólo llegando a decir, después de muchos esfuerzos algo así como - ¿Qué… que dices tío? – seguido de unas cuantas más palabras incoherentes.

- ¡¡¡ La civilización no suprime la barbarie…!!! - exclamó por segunda vez aquel hombre gris, que a medida que hablaba parecía crecer por momentos. El otro, terriblemente amedrentado, pedía a gritos que no disparara… ¡como llegó a gritar aquel cerdo!

Amartillando el revólver, exclamó por tercera y última vez - ¡¡¡ La civilización no suprime la barbarie…!!! – mientras el amenazado gemía y ofrecía maravillas a cambio de que no le matase… Entonces, ocurrió lo previsible: Disparó un solo tiro en la cabeza de aquel tipo, esparciendo sus sesos por todo el asiento en el que se hallaba y tiñendo las ventanas, el suelo y sus respectivas porquerías con el color de la sangre fresca…

El tiempo parecía haberse detenido… ¡que curioso que se vuelve todo cuando ves tu vida pender de un hilo! De repente, todo es más importante: cada sonido es una auténtica floritura musical, cada color una algarabía de tonos, cada olor un bazar de sensaciones e incluso un tenue sabor se convierte en una compleja degustación… de repente… ¡se tiene un apego a la vida, a todo aquello!

El hombre de gris, no saciado en su carnicería, repitió su ritual de sade con dos individuos más: una golfilla repintada y un cabeza rapada… al parecer este último añadió un gran charco de orina a la conjunción de líquidos que reposaba en el suelo. El resto de pasajeros gemía, gritaba, pedía ayuda… el tren no parecía llegar jamás a su destino, a una parada, a lo que fuere… aquel infierno no parecía terminar…

Y así, me llegó el turno… he de decir que lo esperaba ¡ya me había hecho la idea! Al fin y al cabo… ¿Qué más da ahora que dentro de unos meses, unos años? Me atrevería, incluso a decir, si camarada, a decir, que en cierto modo lo estaba deseando… ¡que incomprensible es el ser humano!... El hombre me apuntó directamente al entrecejo, como hizo con los otros anteriores a mi... ¡que olor mas fuerte despedían aquellos! ¿Es así el olor de la muerte?... Tal y como esperaba, recitó su máxima (¡que curioso que fuese lo último que aquellos tres oyeran antes de morir!)

- ¡¡¡ La civilización no suprime la barbarie…!!! – dijo, pues…

Camarada, estaba aterrado. El negarlo sería una hipocresía, una sucia mentira… Veía como estaban a punto de arrebatarme aquello que pensaba que solo yo era el único dueño ¡la vida! Y… ¡que iluso! ¡Pensar que de verdad somos dueños de nuestra propia vida! Al cretino que dilucidó aquello alguna vez tendrían que haberlo metido en este vagón de la muerte…

- ¡¡¡ La civilización no suprime la barbarie…!!! – repitió…

Oh Dios… ¿Dios? ¿Qué es Dios? ¿Dónde está Dios en estos momentos? ¿Existe, no existe? ¿Es este mi fin? Seguramente… ¿y después? Después, se acabó el sufrimiento, se acabó el dolor… la oscuridad… el fin…. ¡Bang! ¡Sangre por todas partes! Y estás muerto…. Definitivamente, si Dios no existe, lo hemos inventado… y como humanos que somos, hemos inventado un Dios imperfecto, que en el momento de mayor necesidad: “¡Lo sentimos! ¡El servicio que esta solicitando no está disponible en estos momentos!”... ¡Y que curioso! ¡Tantos años para pensar en todo esto! Y sin embargo…. ¡ahora! ¿Por qué? ¿Es este el momento más adecuado para remontarse a Rousseau, a Voltaire?

…Voltaire...

- ¡¡¡ La civilización no suprime la barbarie…!!! – exclamó, por última vez, amartillando su revólver… he aquí, el ultimátum, el fin…

- La civilización no suprime la barbarie… la perfecciona… Voltaire – balbuceé, como me permitió mi escasa sangre fría...

El hombre lentamente arqueó sus envejecidas cejas mientras una tímida sonrisa se dibujó en sus labios… Lentamente apartó el cañón del arma de mi frente… Y entonces, ocurrió lo inimaginable: El hombre gris me tendió su propio revólver asesino, aquel con el que había destrozado las cabezas de tres individuos… y con el cual pretendía agujerear una cuarta... la mía…

Camarada, aquello dio desde luego un giro a mi vida. Me recordó muchas cosas, cosas que había olvidado, cosas que quería olvidar… me enseñó muchas cosas, cosas que no sabía, cosas que no quería saber… me abrió las puertas a un nuevo mundo, una nueva manera de ver las cosas, una segunda vida…

…sólo te diré que jamás pensé que disfrutaría tanto viendo como la incultura del individuo y su indiferencia ante ello se convertirían en sus asesinas… de la mano de un hombre gris y de un joven… al que le acababan de entregar un revólver…

Ratas con alas

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Y un día las palomas se revolucionaron...


Y nosotros que creíamos que se hinchaban de comer porquerías del suelo por gula: se avituallaban y se autoinmunizaban de nuestros propios desechos.
Y nosotros que pensábamos que se ciscaban en las estatuas porque les salía allí mismo: se entrenaban y preparaban para la invasión aérea.
Y nosotros que nos considerábamos el summum de la destrucción: ellas en pocos días, nos sometieron a todos, débiles y contagiados.
Y nosotros que nos preocupábamos porque eran demasiadas... ¡Ay humano iluso!¡Por cada paloma que ves, te enferman diez!

Y aún hay quien les echa miguitas de pan en la Plaza de la Reina... ¡Misántropos! ¡Antropocidas!

Salomón IV

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Estación estelar de origen terrano, clase Demiurgo-Dixit. Año 5376… Cierto día, se presentaron en el camarote del regente Salomón dos mujeres, enzarzadas en una disputa que solo el sabio gobernador, cerebro de la estación estelar, sabría resolver.

Ambas mujeres reclamaban la maternidad de un bebé que portaba una de ellas. Se trataba de una protesta bastante ridícula… una prueba de ADN lo solucionaría todo.

Así iba a ser cuando se declaró el estado de alerta en la estación: al parecer, un grave fallo en la estanqueidad de los módulos de habitabilidad había provocado una descompresión global. A los pocos minutos, todo el aire respirable había escapado… aquellos que no pudieron llegar a las lanzaderas de evacuación murieron asfixiados o debido a la congelación.

Solo Salomón quedó allí, solo, frío y sin oxígeno. Sabía que si sintiera tendría que sentir algo, sabía que en situaciones como esta se daba cierta sucesión de emociones… aunque inútil.

Allí permaneció, y transmitió un mensaje de socorro a la estación más cercana, a tres meses luz de allí:

“Aquí Salomón, número de serie 01345340-K, enviando señal de socorro estándar, posición y estado”

Salomón III

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Cierto día, se presentaron en la corte del rey Salomón dos mujeres, enzarzadas en una disputa que solo el sabio monarca, padre político de todos los israelitas, sabría resolver.

Ambas mujeres reclamaban la maternidad de un bebé que portaba una de ellas. En un reino tan próspero como el de Salomón, con un monarca que poseía más de 700 esposas y 300 concubinas, nada tenía ya sentido, nada valía nada. Un bebé más, un bebé menos…

Y llegadas allí, ante la expectación de la corte (tan próspera como su soberano y su reino), el monarca, tras haber escuchado sus argumentos, en su inmensa sabiduría dijo:

- Ya que no es posible llegar a un acuerdo, que sea la mujer que me traiga sándalo de Ofir la madre del niño. Solo una verdadera madre podría demostrar la suficiente fortaleza como para arriesgar su vida de esta manera – concluyó.

Y puesto que ciertamente ambas mujeres querían demostrar su maternidad, ya fuera por verdad o por testarudez, ambas partieron. Y pasaron los años.

Hasta que una mañana de invierno, una mujer dolorida, amoratada y tumefacta apareció en el palacio… con un manojo de sándalo de Ofir.

-¡He aquí el sándalo, su majestad! – dijo exhausta - ¡he venido a por mi hijo!

- ¿De que nos hablas, mujer? Aquello ya no nos divierte… además, tenemos todo el sándalo que queremos gracias a la apertura de las rutas comerciales - dijo secamente – Dadle a esta vagabunda un par de monedas y que se largue de palacio.

Y así, ambas mujeres fueron despachadas con determinación, probidad y austeridad. Bueno… solo una de ellas. Y otra vez era presente que realmente los vagabundos eran unos aprovechados, por venir a pedir limosnas a la casa del rey.

Salomón II

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Cierto día, se presentaron en la corte del rey Salomón dos mujeres, enzarzadas en una disputa que solo el sabio monarca, elegido por la ley divina y acérrimo defensor de esta, sabría resolver.

Ambas mujeres reclamaban la maternidad de un bebé que portaba una de ellas. En aquel entonces, los reyes tenían bastante tiempo libre, gracias a la creciente economía (de esclavos), la tranquilidad de las fronteras (guardadas con puño de hierro) y la felicidad de la población (sin comentarios).

Y llegadas allí, ante la expectación de la corte (igualmente aburrida de tanta paz), el monarca, tras haber escuchado sus argumentos, en su inmensa sabiduría dijo:

- Pero… ¡¿Como no van a saber quien es la madre?!¡¿Y el padre?!¡Estas mujeres son adúlteras, y este niño ha nacido fruto del pecado! ¡Que las lapiden y al vástago le corten la cabeza!

Y así, ambas mujeres fueron despachadas con firmeza, rectitud y moralidad. Otra vez era presente que realmente el rey era el elegido de Dios, pues cumplía su ley a rajatabla. Y todos alzaron una plegaria, porque estaban agradecidos.

Salomón I

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Cierto día, se presentaron en la corte del rey Salomón dos mujeres, enzarzadas en una disputa que solo el sabio monarca, elegido por la divinidad para dirigir a su pueblo y saber lo que le conviene, sabría resolver.

Ambas mujeres reclamaban la maternidad de un bebé que portaba una de ellas. Habían demandado la posesión en la guardia agraria, relegándoles estos al alcaide rural, enviándoles a estas al Consorcio de Resolución, remitidas por este al juez del distrito… así, de intermediario en intermediario hasta el propio soberano.

Al parecer, ningún funcionario era digno de resolver tal cuestión… ni capaz.

Y llegadas allí, ante la expectación de la corte, el monarca, tras haber escuchado sus argumentos, en su inmensa sabiduría dijo:

– Puesto que ambas mujeres reclaman la maternidad del vástago, ¡que aquella que lo porta lo corte por la mitad!

– ¡No! ¡No! – gritó la otra, desconsolada.

– Tranquila, mujer… ¡Puesto que la primera ha de cortarlo, que sea la segunda la que elija el pedazo!

Y así, ambas mujeres fueron despachadas con justicia, equidad e imparcialidad. Otra vez era presente que realmente debía de ser voluntad de Dios que ese hombre fuera el rey. Y todos contentos.