Decoración Interior
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Y entré en su habitación...
- ¿Qué pasa, es que no te gusta? - me preguntó ella, mientras me pasaba una mano por detrás de la espalda, lentamente.
- Oh no, no... no es eso. Es que me ha sorprendido. Eso es todo.
- ¡¿Que te ha sorprendido?! Bueno... esperaba que tuvieras una mejor opinión de mí... esperaba que esperaras algo más ¿sabes? - dijo burlonamente, mordiéndose el labio.
- Oh no... ¡pero si es perfecto!¡Me encanta! Es solo que es mejor de lo que podría haber imaginado...
Desde el marco de la puerta hasta bien entrada la habitación se extendía una enredadera, agarrada, enraizada a la pared... sus tallos eran gruesos como brazos y sus hojas rojas, terriblemente rojas. Sus flores macilentas supuraban un espeso líquido añil...
En las estanterías ancladas a la pared reposaban viejos frascos, conchas marinas rotas, libros, libros y más libros, apoyados en cráneos marronáceos, aún con trozos de carne en descomposición colgando de ellos... al igual que los torsos humanos que tenía encima de la cama, junto con los cojines de seda negra...
Olía raro. Como a... desgarro. Si la acción de desgarrar tuviera un olor específico sin duda, sería ese olor, esa esencia. Un aroma de descomposición, un aroma dulzón, embriagador. Olía como a... muerte. Solo que allí nada parecía estar muerto: todo se mecía con la suave brisa que entraba por la ventana, de marcos de plata envejecida y goznes con cabezas de fieras...
- Por cierto, no te fijes demasiado en la lámpara, aún no está bien colocada - me dijo antes de morderme la oreja.
Cierto. El gran candelabro que colgaba del techo parecía suelto o por lo menos, se mecía demasiado o eso me parecía... además de estar torcido. Y la pared del techo aparentaba estar aún fresca: caían gotas rojas por todas partes, incluso en mi camisa nueva. Mi madre me mata, seguro.
Nos lo montamos en su cama. Pero antes le pedí que quitara los torsos: las costillas rotas se me estaban clavando en la espalda.
Y entré en su habitación...
- ¿Qué pasa, es que no te gusta? - me preguntó ella, mientras me pasaba una mano por detrás de la espalda, lentamente.
- Oh no, no... no es eso. Es que me ha sorprendido. Eso es todo.
- ¡¿Que te ha sorprendido?! Bueno... esperaba que tuvieras una mejor opinión de mí... esperaba que esperaras algo más ¿sabes? - dijo burlonamente, mordiéndose el labio.
- Oh no... ¡pero si es perfecto!¡Me encanta! Es solo que es mejor de lo que podría haber imaginado...
Desde el marco de la puerta hasta bien entrada la habitación se extendía una enredadera, agarrada, enraizada a la pared... sus tallos eran gruesos como brazos y sus hojas rojas, terriblemente rojas. Sus flores macilentas supuraban un espeso líquido añil...
En las estanterías ancladas a la pared reposaban viejos frascos, conchas marinas rotas, libros, libros y más libros, apoyados en cráneos marronáceos, aún con trozos de carne en descomposición colgando de ellos... al igual que los torsos humanos que tenía encima de la cama, junto con los cojines de seda negra...
Olía raro. Como a... desgarro. Si la acción de desgarrar tuviera un olor específico sin duda, sería ese olor, esa esencia. Un aroma de descomposición, un aroma dulzón, embriagador. Olía como a... muerte. Solo que allí nada parecía estar muerto: todo se mecía con la suave brisa que entraba por la ventana, de marcos de plata envejecida y goznes con cabezas de fieras...
- Por cierto, no te fijes demasiado en la lámpara, aún no está bien colocada - me dijo antes de morderme la oreja.
Cierto. El gran candelabro que colgaba del techo parecía suelto o por lo menos, se mecía demasiado o eso me parecía... además de estar torcido. Y la pared del techo aparentaba estar aún fresca: caían gotas rojas por todas partes, incluso en mi camisa nueva. Mi madre me mata, seguro.
Nos lo montamos en su cama. Pero antes le pedí que quitara los torsos: las costillas rotas se me estaban clavando en la espalda.
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