Salomón III

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Cierto día, se presentaron en la corte del rey Salomón dos mujeres, enzarzadas en una disputa que solo el sabio monarca, padre político de todos los israelitas, sabría resolver.

Ambas mujeres reclamaban la maternidad de un bebé que portaba una de ellas. En un reino tan próspero como el de Salomón, con un monarca que poseía más de 700 esposas y 300 concubinas, nada tenía ya sentido, nada valía nada. Un bebé más, un bebé menos…

Y llegadas allí, ante la expectación de la corte (tan próspera como su soberano y su reino), el monarca, tras haber escuchado sus argumentos, en su inmensa sabiduría dijo:

- Ya que no es posible llegar a un acuerdo, que sea la mujer que me traiga sándalo de Ofir la madre del niño. Solo una verdadera madre podría demostrar la suficiente fortaleza como para arriesgar su vida de esta manera – concluyó.

Y puesto que ciertamente ambas mujeres querían demostrar su maternidad, ya fuera por verdad o por testarudez, ambas partieron. Y pasaron los años.

Hasta que una mañana de invierno, una mujer dolorida, amoratada y tumefacta apareció en el palacio… con un manojo de sándalo de Ofir.

-¡He aquí el sándalo, su majestad! – dijo exhausta - ¡he venido a por mi hijo!

- ¿De que nos hablas, mujer? Aquello ya no nos divierte… además, tenemos todo el sándalo que queremos gracias a la apertura de las rutas comerciales - dijo secamente – Dadle a esta vagabunda un par de monedas y que se largue de palacio.

Y así, ambas mujeres fueron despachadas con determinación, probidad y austeridad. Bueno… solo una de ellas. Y otra vez era presente que realmente los vagabundos eran unos aprovechados, por venir a pedir limosnas a la casa del rey.

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