(Este es un relato que publiqué hace tiempo y que coloco aquí porque me gusta especialmente. Sin embargo, parece que nadie lo ha entendido aún a primeras.... En fin, a parte de mal escritor, soy un incomprendido literario)Moshé Zhirinovski se dedicaba a recoger chatarra. Era lo que se le daba mejor y eso todos lo sabían. Desde Novgorod hasta Stalingrado recorría, a pie, la larga distancia que separaba ambas grandiosas y majestuosas ciudades. Claro que Moshé ya no era Moshé desde hace mucho tiempo. Iván Kozlov, como se le conocía por doquier y tal y como se hallaba inscrito en el registro del soviet, era uno más de los millones de felices trabajadores de la Unión. Se le reconocía como auténtico descendiente de campesinos y obreros rusos de pura sangre, y pobre de aquel que intentase carcajearse de su nariz ganchuda, llamándola "nariz de judío". Nunca se le oyó hablar mal de la Patria, del ejército o del comunismo, más bien todo lo contrario. Apoyaba todas las resoluciones políticas, explicaba el sufrimiento como "paso momentáneo", las carencias como "sacrificio necesario", exaltaba el valor de la causa y maldecía el nombre de todos aquellos disidentes: creyentes, capitalistas, intelectuales, semitas… que merecían bien dar con sus huesos en Siberia, por supuesto, todo en nombre del pueblo trabajador. Kozlov era un auténtico fanático soviético. Tanto que cualquiera que, por casualidad, hubiese hecho un fugaz registro a su escaso equipaje, habría encontrado todo tipo de carteles de propaganda, emblemas del partido, libros de divulgación y, principalmente, una enorme tirada de retratos del tovarisch Stalin.
Lo que no sabrían nunca es que Zhirinovski, a diferencia de Kozlov, nunca necesitaba papel higiénico.